Gastronomía hecha cine

Normalmente, tener un fin de semana en el que el agua en la ventana reblandece las vistas de fuera, era más bien síntoma de pasar el día en pijama con la excusa perfecta para no moverse del sofá y dejar pasar perder el tiempo.

Pero bien sea porque me he hecho mayor, porque mi pereza ya no depende solo de mi misma, o que Barcelona multiplica por 3.457 veces los planes para un fin de semana, el agua ha pasado a ser solo parte del paisaje, bucólico a veces.

Todo empezó el viernes y nuestra excursión imposible, llovizna con calor incluida, por las amables cuestas de Montjuic, en peregrinación hasta el Sant Jordi Club. Tener que abrir el paraguas mientras nos pedíamos una cerveza en la barra de fuera, fue hasta divertido.

Escuchamos a Russian Red con Alex Ferreira de invitado de honor en esta gira versionando a «Los 4 de Liverpool» -nos hace mucha gracia el concepto-, creación de San Miguel y a los que les ha salido redondo el invento pero quizás un poco corto.

Una hora después de versiones más que aceptables, se despedían y evidentemente la gente pedía más (una hora de concierto es un poco tomadura de pelo, la verdad Lourdes). Entre los gritos guturales demandando «cigarettes» (pobre, que harta tiene que estar) tocaron unos cuantos temas más de Russian Red.

Al final nos vino bien que terminara pronto para que el madrugón del sábado no fuera tan duro.

Enterarte del ciclo Film&Cook durante la misma semana que se hace fue tan gracioso como mirar la parrilla de programación como el menú de un restaurante en el que todo es delicioso (perdón por lo facilón).

Al final decidimos dejarnos seducir por El Celler de Can Roca y Mugaritz. El sábado a las 10h Joan Roca nos explicó sin fuegos artificiales, el funcionamiento del segundo mejor restaurante del mundo y cómo el éxito que atesoran tiene su mayor fundamento en el tándem perfecto que forman los tres hermanos, bendecidos por el buenhacer de la señora Montserrat Fontané.

La tranquilidad y sencillez que transmite una persona que además de reconocimientos varios a los que no da importancia, asegura que es absolutamente feliz haciendo lo que hace y en familia, no te invita más que a sonreír y quedarte con la boca abierta viendo la genialidad de su cocina.

Después de comer con los ojos, pasamos al paladar de la mano de Mercat de Mercats. Un recorrido por stands de los mejores mercados de Barcelona y productores y denominaciones de origen de la zona -e invitados-, que nos iban rellenando la copa en función de gustos, acompañaban además a una selección de tapas realizadas por varios restaurantes entre los que destacaron para nosotros las de Avalon, Shunka, El Quim y Ohla Gastrobar.

Merece la pena asistir a este tipo de eventos (mejor temprano evitando aglomeraciones irremediables) por los interesantes precios que al ser directamente del productor, sin ningún intermediario, nos asegura una relación calidad-precio real.

Además, y no menos divertido, convierten un aperitivo en un almuerzo tardío con la alegría que da una copa de buen Verdejo o Syrah en la mano.

Y así, sin querer, llegamos al domingo, en el que después de una mañana de gratificante limpieza a fondo y unos canelones caseros de recompensa merecida, Mugartiz BSO nos esperaba en el auditorio del CCCB, para enseñarnos la magia de la cocina de Andoni Luis Adúriz traducida a la partitura de Felipe Ugarte.

El juego que plantea Mugaritz a todos los afortunados que llegan hasta su mesa es una maravilla para los sentidos. La creatividad al servicio de los ojos, el tacto y por supuesto el gusto. Y ahora además, gracias a Mugaritz BSO, también para el oído a través de las piezas que han surgido directamente de la inspiración de cada plato.

Con la tregua de la lluvia hasta bien entrada la noche, terminamos nuestro «fin de semana de hacer cosas» paseando por el Eixample y parándonos en los portales que nos invitaban a mirar discretamente -desde fuera- molduras, columnas, escaleras y demás imposibles de principios del siglo XX. Ese escaparate que pasea por nuestros ojos como la mejor Barcelona modernista -privada- pero que sólo conseguimos verlos cuando, a veces, el tiempo se detiene una tarde de domingo.